LAS PALABRAS
"La palabra es una crisálida dormida
que se despierta
cuando la decimos"
José Saramago
El reino de las palabras perdidas
Por Eduardo Galeano
Javier Villafañe busca en vano la palabra que se le escapó justo cuando iba a decirla.
¿Adónde se habrá ido esa palabra que tenía en la punta de la lengua? ¿Habrá algún lugar donde se juntan las palabras que no quisieron quedarse? ¿Un reino de las palabras perdidas? Las palabras que se te fueron, ¿dónde te están esperando?
Magda Lemonnier recorta palabras de los diarios, palabras de todos los tamaños, y las guarda en cajas.
En caja roja guarda las palabras furiosas.
En caja verde, las palabras amantes.
En caja azul, ls neutrales.
En caja amarilla, las tristes
y en caja transparente guarda las palabras que tienen magia.
A veces, ella abre las cajas y las pone boca abajo sobre la mesa, para que las palabras se mezclen como quieran.
Entonces, las palabras le cuentan lo que ocurre y le anuncian lo que ocurrirá.
Caja de palabras: Como en la lectura de Eduardo Galeano, construya su propia caja de palabras roja, negra, verde, azul, pesada, liviana, fría, cálida, larga, corta, rítmica, joven, vieja...
Juego de palabras: Enuncie la que para usted es la palabra más regañona -insultante -triste -alegre -asustadora -pedigüeña...
Lectura 2
Las palabras deliciosas
¿Sabe cómo hablamos nosotros? Nosotros hablamos anteponiéndonos dos pasos al peligro. Diciendo joven o vengo o Coca Cola antes de que el policía nos descubra in fraganti.
A veces el policía nos ve y nos oye. Entonces nos vamos a la cárcel. Y la palabra se va con nosotros. En un tiempo estamos libres. La palabra, más inocente que nosotros, sale modificada completamente, como viniendo de otra familia, de otro idioma, con otro sonido, con movimientos y formas distintos, pero siempre conservando su linaje cómplice.
Al cruce del miedo con el peligro, de pura libertad con la rutina hablante, las palabras adquieren con nosotros raza de no palabras, dichas, usadas para callar, para ocultar, para desfigurar, para burlar sapos, para borronar... Puras palabras deliciosas.
Para burlar al policía no le tiramos arena en los ojos, se la tiramos al delito y así nos defendemos, diciéndole pesebre a la marihuana o trabajador del sueño al ladrón nocturno de apartamentos o parca al carro de la policía o delicioso al cuerpo del delito.
Hay palabras que entran mucho en la cárcel. Cómo el delito siempre queda libre y hay que recuperarle impunidad y silencio, entonces intervenimos rápidamente: le cambiamos de nombre. Para eso somos los académicos de la no palabra.
Hay otras palabras que salen de la acechanza, del robo, de la mendicidad, de la cárcel y, sin embargo, se vuelven demasiado callejeras. Todo el mundo resulta usándolas, todos los gremios las adoptan, las prestan. Todos participan en el milagro de la multiplicación verbal. Tanto roce la desgasta, la hace inútil. Entonces nosotros, recostados al papel de la canalla, diplomáticos del silencio cómplice, académicos de la no palabra, nos encargamos del asunto: buscamos otra que nos mantenga varios pasos adelante de la vigilancia.
Y siempre para que nos defiendan. Para que nos oculten del mal. Para que nos desfiguren ante el policía y nos conviertan en pared, en sombra, en viento, en árbol, en nada,
Usted verá muchas palabras defensivas en nuestra manera de hablar, no se extrañe por eso. Aquí todo pertenece a lo sumergido, a lo que ha perdido el control. Usted no se imagina lo que cuesta defender una vida así.
Nosotros hablamos en atención al instante. No espere demasiada filosofía en nuestras palabras. La dignidad y la vergüenza no la inventaron los esqueletos. Nosotros hablamos en atención a la realidad inmediata porque a ella está tallada nuestra vida. En atención al hambre, al peligro, al sueño, al vicio a su disfrute y a su necesidad.
Nosotros hablamos sacudiendo las palabras, haciéndolas flexibles, mutándolas en favor de nuestros usos. Mi psicología es de acecho, de esquina, de desconfianza porque un ladrón "debe, mientras pueda, dudar de todo" ya así me resultan a mí las palabras, viviendo al cambio, al día. Si no estoy seguro de comer esta noche, no puedo estar seguro de esa palabra.
Yo vivo en un mundo donde es más lo que hay para callar que para hablar, y por eso tampoco puedo estar seguro de algunas cosas que veo, porque aunque mis ojos vean más en la increíble realidad que en los sueños, a cada rato es necesario "no ver". Por eso, cuando no se puede pagar por "no ver" o los hechos estallan ante nuestros ojos y no los podemos esquivar, acudimos a las no palabras para borronar, para desfigurar responsabilidades. Nadie se quiere equivocar con errores ajenos, ¿Verdad?
¿Sabe por qué nosotros hablamos tanto? Porque todos somos expertos en lenguaje cómplice. En palabras deliciosas sabemos hablar para ocultar, para no decir nada, para no hablar.
Nuestras palabras están de paso por todos los parches de la ciudad. En movimiento, lisas, inciertas, brillando como arenas, haciendo lo mismo que nosotros; deambulando como profetas de no se sabe qué fin de mundo, apretujándonos a las no cosas en las aceras y cárceles de esta ciudad desechable, haciendo de tripas un verdadero corazón que salte más allá de esta piel que nos ha crecido.
Tomado de Sánchez Ocampo, Carlos. (1993). El contrasueño: historias de la vida desechable. Medellín, Universidad de Antioquia